Hable siempre de lo que interesa a los demás
sabía de
qué hablar. ¿Cómo lo lograba? Muy sencilla es la respuesta. Siempre que
Roosevelt esperaba a un visitante se quedaba hasta muy tarde, la noche anterior
a su llegada, instruyéndose en el tema sobre el cual sabía que se interesaba
particularmente el huésped esperado
2.6.- Cómo hacerse agradable ante las personas
instantáneamente
Haga que la otra persona se sienta importante, y hágalo sinceramente.
debo decir
algo agradable, no de mí, sino de él.
Qué hay en
él que se pueda admirar honradamente?" A veces es difícil responder a
esto, especialmente cuando se trata de extraños; pero en este caso me resultó
fácil. Instantáneamente vi algo que no pude menos que admirar sobremanera.
Mientras
el empleado pesaba mi sobre, exclamé con entusiasmo
- ¡Cuánto
me gustaría tener el cabello como usted! Alzó la mirada, sorprendido, pero con
una gran sonrisa.
- Sí. Pero
ahora no lo tengo tan bien como antes -contestó modestamente.
Le aseguré
que si bien podía haber perdido algo de su gloria prístina, era de todos modos
un cabello magnífi co. Quedó inmensamente complacido. Conversamos
agradablemente un rato, y su última frase fue:
-Mucha
gente ha admirado mi cabello.
Apuesto a
que aquel hombre fue a almorzar encantado de la vida. Apuesto a que fue a su
casa y contó el episodio a su esposa. Apuesto a que se miró en un espejo y se
dijo: "Es un cabello muy hermoso".
Una vez
relaté este episodio en público, y un hombre me preguntó:
-¿Qué
quería usted de aquel empleado? ¡Qué quería yo de él!
Si somos
tan despreciables, por egoístas, que no podemos irradiar algo de felicidad y
rendir un elogio honrado, sin tratar de obtener algo en cambio; si nuestras
almas son de tal pequeñez, iremos al fracaso, a un fracaso merecido.
Pero es
cierto. Yo quería algo de aquel empleado. Quería algo inapreciable. Y lo
obtuve. Obtuve la sensa ción de haber hecho algo por él, sin que él pudiera
hacer nada en pago. Esa es una sensación que resplandece en el recuerdo mucho tiempo
después de transcurrido el incidente
el deseo
de ser importante es el impulso más profundo que anima al carácter humano; John
Dewey,
El
principio más profundo en el carácter humano es el anhelo de ser apreciado"
Jesús lo
resumió en un pensamiento que es
probablemente la regla más importante del mundo: "Haz al prójimo lo que
quieras que el prójimo te haga ".
Trata como te gusta que te traten
demos a
los otros lo que queremos que ellos nos den. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? La
respuesta es: siempre, en todas partes.
Frases
insignificantes, como "Lamento molestarlo", "Tendría usted la
bondad de...", "Quiere hacer el favor de...", "Tendría usted
la gentileza", o "Gracias”; pequeñas cortesías como éstas sirven para
aceitar las ruedas del monótono mecanismo de la vida diaria y, de paso, son la
seña de la buena educación.
Para que
la vida de una persona cambie totalmente, puede bastar que alguien la haga
sentir importante
casi todos
los hombres con quienes tropieza usted se sienten superiores a usted en algún sentido;
y un camino seguro para llegarles al corazón es hacerles comprender, de algún
modo muy sutil, que usted reconoce su importancia, y la reconoce sinceramente.
Recordemos
que Emerson dijo: "Todos los hombres que encuentro son superiores a mí en
algún sentido; y en tal
sentido
puedo aprender de todos".
anhelaba
un poco de tibieza humana, un poco de auténtica apreciación, y nadie se la
daba. Cuando la encontró, como un manantial en el desierto, su gratitud no
podía tener otra expresión adecuada que el obsequio
Paulette,
debe entender que no puedo aceptar su renuncia. Usted significa mucho para mí y
para la compañía, y es
tan
responsable como lo soy yo mismo del éxito de nuestro restaurante.
"Después
repetí lo mismo delante de todo el personal, y la invité a mi casa y le reiteré
mi confianza, con toda mi
familia
presente.
"Paulette
retiró su renuncia, y hoy puedo confiar en ella más que nunca antes. Y me tomo
el trabajo de ex presarle
periódicamente
mi aprecio por lo que hace, y reiterarle lo importante que es para mí y para el
restaurante."
—Hábleles a las personas de ellos mismos -dijo Disraeli, uno de los hombres más astutos que han gobernado el Imperio
Británico- y lo escucharán por horas